viernes, 16 de diciembre de 2011

De paseo al tanatorio.


Hacía tiempo que quería escribir esto, pero nunca encontraba el momento. Es un tema un tanto escabroso, del que es mejor no acordarse, pero es que la semana pasada, me tocó bastante la moral.

Ya me ha tocado vivir varios entierros, cosas que no es agradable, algunas veces como familiar, y otras veces como amigo. Pero más me molesta, esa gente que va al tanatorio con la cabeza alta, mirando a los lados, con un aire de “mirad que grande soy, que vengo al tanatorio a dar el pésame”.

O esa otra, que se acerca a ti llorando, y sin conocerte ni nada, te dice “¿Y a ti te tocaba algo el muerto?”. Y si ya para colmo esa persona tiene ganas de hablar, te cuenta alguna batallita con la persona fallecida: “Recuerdo el verano del 74, en Zaragoza, hacía un calor…”. ¡Vamos a ver, qué me da igual lo que pasara en Zaragoza, el verano del 74!

Luego hay otras personas, que van al tanatorio, a contarte sus desgracias: “Pues hijo, hace un mes enterré yo a mi tía abuela la Fausta, ¿la conoces?, sí, seguro que sí, que tiene una chiquilla de tu edad… Y su hermana una carnicería que hace chaflán”. Que bastante tienes tu que no sabes si tienes ojos o sandías de tanto llorar, para que encima venga alguien que no te saluda ni por la calle, y si me apuras ni conoces a pegarte “la chapa”.

Mantengo la teoría, de que hay gente que va a los tanatorios de paseo. A dar el pésame y a quedar bien con los allí presentes.

Y si hablamos del entierro, es para pedir la cuenta e irse. Dejando fuera algunos de los sermones que he oído de curas en estas misas (que darían para otra columna aparte), hay prácticas que me sacan de mis casillas.

Las coronas de flores. Hay gente a la que entiendo que le guste comprar estos adornos. Comprendo que para estas personas, esta sea una manera de “despedir” a un ser querido o amigo. Pero lo que nunca me entrará en la cabeza, es esa gente que presume de las coronas que han pagado.

Esto es real, como la vida misma. Lo vi en el último entierro en el que estuve, y de verdad, me quedé petrificado. Me mordí la lengua por no llamar la atención en un momento duro como ese, pero es que era de traca… Un hombre, ya entrado en años, se acercaba cada poco tiempo al coche fúnebre próximo al que me encontraba, para enseñarle a los amigotes la corona que él había comprado.  La escena me recordó a cuando alguien se compra un coche y va casa por casa, enseñándoselo a los amiguitos. Es triste, pero es así. Y la verdad, es mejor un abrazo, que mis coronas de flores.

Y lo que no aguanto, es eso de que acabado el entierro, la familia se ponga delante del altar, y pasé un aluvión de gente a pegar “la cabezá”. Para mi, ese es el momento más duro de todo este ritual de “despedida”. Personalmente, en el que peor lo pasé, y el que más rabia me da ver cuando voy a algún entierro.

Cientos de personas, que pasan por delante tuya, agachando la cabeza, muchos, la mayoría, por cumplir. Y tu, allí, en lo alto del altar, destrozado, sin saber donde mirar, mientras el rio humano sigue pasando. Sinceramente, a mi esto me parece una costumbre, anticuada, vieja, y que maltrata al que está recibiendo el pésame, lo martiriza.

Si de verdad se quiere apoyar a la familia de la persona fallecida, insisto, con un abrazo se siente bastante alivio. Y si de verdad se quiere acompañara alguien, se saca un rato de debajo de las piedras para hacer una visita, un mensaje de texto, una llamada… Pero sobre todo, que sea un gesto sincero.