Hacía tiempo que quería escribir
esto, pero nunca encontraba el momento. Es un tema un tanto escabroso, del que
es mejor no acordarse, pero es que la semana pasada, me tocó bastante la moral.
Ya me ha tocado vivir varios
entierros, cosas que no es agradable, algunas veces como familiar, y otras
veces como amigo. Pero más me molesta, esa gente que va al tanatorio con la
cabeza alta, mirando a los lados, con un aire de “mirad que grande soy, que
vengo al tanatorio a dar el pésame”.
O esa otra, que se acerca a ti
llorando, y sin conocerte ni nada, te dice “¿Y a ti te tocaba algo el muerto?”.
Y si ya para colmo esa persona tiene ganas de hablar, te cuenta alguna
batallita con la persona fallecida: “Recuerdo el verano del 74, en Zaragoza,
hacía un calor…”. ¡Vamos a ver, qué me da igual lo que pasara en Zaragoza, el
verano del 74!
Luego hay otras personas, que van al
tanatorio, a contarte sus desgracias: “Pues hijo, hace un mes enterré yo a mi
tía abuela la Fausta, ¿la conoces?,
sí, seguro que sí, que tiene una chiquilla de tu edad… Y su hermana una
carnicería que hace chaflán”. Que bastante tienes tu que no sabes si tienes
ojos o sandías de tanto llorar, para que encima venga alguien que no te saluda
ni por la calle, y si me apuras ni conoces a pegarte “la chapa”.
Mantengo la teoría, de que hay gente
que va a los tanatorios de paseo. A dar el pésame y a quedar bien con los allí
presentes.
Y si hablamos del entierro, es para
pedir la cuenta e irse. Dejando fuera algunos de los sermones que he oído de
curas en estas misas (que darían para otra columna aparte), hay prácticas que
me sacan de mis casillas.
Las coronas de flores. Hay gente a
la que entiendo que le guste comprar estos adornos. Comprendo que para estas
personas, esta sea una manera de “despedir” a un ser querido o amigo. Pero lo
que nunca me entrará en la cabeza, es esa gente que presume de las coronas que
han pagado.
Esto es real, como la vida misma. Lo
vi en el último entierro en el que estuve, y de verdad, me quedé petrificado.
Me mordí la lengua por no llamar la atención en un momento duro como ese, pero
es que era de traca… Un hombre, ya entrado en años, se acercaba cada poco
tiempo al coche fúnebre próximo al que me encontraba, para enseñarle a los
amigotes la corona que él había comprado. La escena me recordó a cuando alguien se
compra un coche y va casa por casa, enseñándoselo a los amiguitos. Es triste,
pero es así. Y la verdad, es mejor un abrazo, que mis coronas de flores.
Y lo que no aguanto, es eso de que
acabado el entierro, la familia se ponga delante del altar, y pasé un aluvión
de gente a pegar “la cabezá”. Para mi, ese es el momento más duro de todo este
ritual de “despedida”. Personalmente, en el que peor lo pasé, y el que más
rabia me da ver cuando voy a algún entierro.
Cientos de personas, que pasan por
delante tuya, agachando la cabeza, muchos, la mayoría, por cumplir. Y tu, allí,
en lo alto del altar, destrozado, sin saber donde mirar, mientras el rio humano
sigue pasando. Sinceramente, a mi esto me parece una costumbre, anticuada,
vieja, y que maltrata al que está recibiendo el pésame, lo martiriza.
Si de verdad se quiere apoyar a la
familia de la persona fallecida, insisto, con un abrazo se siente bastante
alivio. Y si de verdad se quiere acompañara alguien, se saca un rato de debajo
de las piedras para hacer una visita, un mensaje de texto, una llamada… Pero
sobre todo, que sea un gesto sincero.