Hace un año, en las hojas de este semanario, dos nuevos columnistas hicieron su aparición. Éramos Fernando, y yo.
Para nosotros era todo un logro poder escribir en el periódico de nuestra localidad. Significaba poder estar algo más cerca de nuestro sueño: ser periodistas.
Hasta llegar al día de hoy, un año después, ha habido un camino enorme, largo, duro, agotador, gratificante… Y para sobrellevarlo, a mi vera, ha habido muchos amigos, compañeros, lectores, aficionados y trabajadores de este medio, pero sobre todo ha habido tíos, tías, primos, un abuelo, una abuela, otra abuela, una hermana, una madre y un padre… Un padre…
La muerte a veces avisa, otras no. Siempre hace daño. No solo para el que se va, a los que nos quedamos también.
Todos los que hemos pasado por una situación así sabemos el dolor, el vacío, la soledad, la impotencia que crea la pérdida de un ser querido.
No soy el primero y desgraciadamente tampoco soy el último en perder a un padre. Es jodido (con perdón de la palabra), es duro, es una situación increíble…. Te cuesta hacerte a la idea. Te niegas a pensar que ha muerto, que no lo volverás a ver jamás. Reniegas incluso de tus ojos, a pesar de que has visto a tu padre fallecido delante de ti.
Y te preguntas el por qué muchas veces, y no le encuentras explicación. Y cuanto más te lo preguntas, más te hundes en la tristeza.
Mi padre, al que ya hicieron referencia Julián Gómez y Lola Gómez (a los que les mando un fuerte abrazo en agradecimiento) en el pasado número de este semanario, falleció el pasado 3 de Abril.
Un infarto le quitó la vida de un plumazo, sin posibilidad de reanimación. Unos minutos antes yo había estado hablando con él, como cualquier mañana de sábado normal y corriente. Pero sin esperártelo, sin previo aviso, oyes un golpe, corres a su habitación y te lo encuentras tirado en el suelo, sin posibilidad de hacer nada… Simplemente de llorar.
Debo agradecer a tantas y tantas personas que con su visita al tanatorio nos hicieron compañía en esos duros momentos. No puedo olvidar la imagen de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción llena a rebosar como si se tratara de una Vigilia o una Novena.
Gracias a Dios, a nadie de mi familia nos faltó cuerpo para abrazar ni hombro en el que llorar, porque aunque no se puede hacer nada, los amigos ayudan mucho.
Mi padre ha dejado atrás a mucha gente, pero debemos ser fuertes. Ahora mismo, debemos de seguir adelante. Estoy seguro de que mi padre no nos quiere ver así tristes y llorando.
Tarde o temprano saldremos adelante, aprenderemos a vivir con la pena, porque, aunque físicamente no le veamos, entre nosotros, José María o Chema, como queráis llamarlo, sigue con nosotros. Ahora sabemos, que tenemos un lector más en el cielo.
Muchas gracias por todo,
tu hijo Guillermo.