(De la educación en los pueblos)
El sábado pasado, servidor junto al coro que toca habitualmente en misa de una los domingos en la iglesia de la Asunción, se desplazó hasta Castro del Río para tocar en una boda que se celebró allí.
Aunque la boda estaba prevista para por la tarde, mi compañero y pianista Fernando Martín-Peñasco y yo nos fuimos por la mañana para montar el equipo de sonido (mire usted, que parecemos Pink Floyd en la gira del 98). Una vez estando allí, y todo montado nuestros anfitriones nos convidaron a una comida.
Tras la comida, con un chaparrón en la calle que aquello parecía el diluvio universal, una vez habiéndose marchado la familia a cambiarse para el evento, quedábamos en el restaurante don Vicente Elola (cura que iba a casar a los novios), don José Antonio Sánchez Elola (concejal de medio ambiente de Valdepeñas), el antes mencionado Fernando y yo.
Iba corriendo el tiempo y la hora fijada para el enlace estaba llegando. Nosotros, de punta en blanco (como debe ser para estos eventos) queríamos ir hacia la iglesia, pero no podíamos, porque el cielo había dicho de descargar agua.
Como ninguno de los allí presentes teníamos coche, tuvimos que preguntar en la barra, que si en ese pueblo había taxis. Nos dijeron que había dos, pero que no sabían como llamarlos. Diose la casualidad de que sentado en una mesa cercana, se hallaba el dueño de uno de los mencionados taxis.
Se conoce que nos oyó, y el hombre (que se identificó ante nosotros como “Suri”, dueño también de una orquesta llamada “Blanco y negro”), con toda su buena voluntad se dispuso a intentar localizar al conductor, pero ante la imposibilidad, se ofreció muy amable a acercarnos a la iglesia con su propio coche.
He aquí el primer punto. No sé yo, si aquí, en Valdepeñas, como en otros tropecientos mil pueblos semejantes al nuestro, hubiesen hecho eso.
Una vez delante de la puerta del tempo, (cerrada, todo hay que decirlo) nos dispusimos a esperar a que se abriera. Así que, ante la cantidad del liquido elemento que estaba cayendo, nos refugiamos debajo de un balcón.
He aquí, el segundo punto: conté diez personas que pasaron por nuestro lado, y todas ellas nos saludaron al pasar por delante con su respectivo “buenas tardes”. Que no es por nada y aunque parezca una tontería, eso yo en Valdepeñas no lo veo. Me gusta ese ambiente en los pueblos, donde todo el mundo te saluda aunque no te conozca.
Me se de uno, que estando en Madrid, pasó al metro y cuando entró al vagón, acostumbrado como estaba a hacerlo en su pueblo, saludó con un buenas tardes. Allí nadie se inmutó, salvo una chica que le contestó “lo siento, no llevo nada suelto”.
Destacar también el recibimiento en el salón de bodas, donde el encargado, se desvivió (ya casi rozando la pesadez) por nosotros a la hora de tener que montar el chiringuito para las siguientes canciones a lo largo del convite.
Antes de acabar con estas líneas, agradecer a la familia Sánchez Martín por todo lo que hicieron por nosotros, porque como ya dije en su momento, estuvimos mejor que en brazos.
Y para Basi y Carmen, que seáis muy felices y que todo os vaya bien.