Han sido diez años. Quizás, para una persona de setenta, ese tiempo no es nada, pero para mi, que tengo dieciocho, es casi toda mi vida.
Recuerdo la primera vez que pisé el conservatorio. Iba muy nervioso, la incertidumbre de ver qué me encontraba, me daba miedo. No sabía que ahí comenzaba una historia que me marcaría de por vida…
Gracias al conservatorio, conozco a mucha gente que de una manera u otra, me ha marcado. Son muchos los nombres que podría escribir aquí, llenando hojas y hojas de este periódico, todos ellos, acompañados de una anécdota, seguramente graciosa.
Y me duele, que tras estos diez años, tenga que dejar el conservatorio. No es por capricho, esta nueva etapa que comienzo en la universidad me lo impide.
Recuerdo las clases con Gloria, Fernando, José Luis, Miriam, Laura… Esas tardes eternas tumbados en el sofá, haciendo los deberes del colegio en los ratos sueltos. Recuerdo los exámenes, sobre todos los de ritmo y lectura y los de entonación…
Quiero desde aquí, agradecer a tanta y tanta gente su presencia, su amistad, su trato… Sobre todo a Mamen. Mi “profe” de piano. Siete años viéndonos una hora a la semana, sentados el uno al lado del otro enfrente del piano… ¡Y lo consiguió! ¡Acabé tocando el piano!
Muchas veces hicimos bromas María del Mar y yo, sobre quién me aguantaba más horas a lo largo del día, si mi madre, o ella. Me enseñó a hacer sudokus, a resolver acertijos, me contó historias… Tampoco fueron pocas las tardes, llegando a las cuatro de la tarde, y saliendo cerca de las nueve…
Sin duda, Víctor Nájera (genio y figura), tampoco pasó desapercibido. Recuerdo un año, en el que tuvimos clase colectiva de piano, los Miércoles de siete a ocho. Nunca salí de clase a la hora prevista. Era imposible acabar la clase con él, siempre nos faltaba tiempo.
Gracias a él, también, descubrí, lo que creo que es la única cosa que me gusta más que la radio, actuar en un escenario. Y lo hice, cantando en el foso (lugar donde se suele colocar la orquesta en los musicales) de mi musical preferido por excelencia: “El Hombre de La Mancha”.
Esa sensación de nervios, de emoción, era nueva para mi. Desde ese año, siempre que pude, y me dejaron, he intentado meter la cabeza en los festivales de fin de curso. Bien haya sido haciendo de Jorobado de Notre Dame (la chepa era postiza, todo hay que decirlo), bailando en West Side Story, cantando vestido de cazafantasma con dos figuras como son Fernando Martín-Peñasco (padre) y Carlos Barrios o actuando solo junto a mi inseparable compañero Fernando, o como este año, dentro de un elenco de actores, cantantes, bailarinas y músicos, que, aunque amateurs, más de uno y de dos, apuntan maneras artísticas.
Y es que este último musical, ha sido para mi, especial. He tenido la ocasión de compartir escenario con amigos, actores de la talla de Miguel Ángel Vázquez, Irene Barrios, Ángela Muñoz (Siempre Coca Cola), Javier Sánchez (¡Moreno!), Arturo Vázquez, Ana Pilar Barrios, Loreto Vega, y muchos, muchos más (y que me perdonen a los que no nombro, que sois muchos).
Y no solo alumnos, los profesores también me han marcado, los Carlos (el de las verdes, Ryan y el entrenador Bolton), Luismi (y su eterna paciencia para enseñarme a tocar la flauta), Carmen, Gabriel, Eva, Olga, Javi… Profes con los que te puedes ir al Mecano, o compartir nervios entre bambalinas.
En resumen, me da mucha pena irme, pero es lo que toca. Ahora eso sí, si el año que viene me llamáis, si hace falta bajo de Getafe, o de la Conchinchina… Porque sois de lo mejor.
Y voy a cerrar esta columna, con una frase, que a usted lector, no le va a decir nada, o como mucho, si vio el musical, le sonará a una canción de las que se cantaron. Pero a todos esos pedazos de crack con los que compartí escenario, les recordará a un baile “un poco particular”… ¡Formamos un equipo, y con él ya no habrá, nada que nos limite!